Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1854-1856 (Cortes Constituyentes de 1854 a 1856)
Sesión: 4 de abril de 1855
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: nº 123, 3559 a 3561
Tema: Prohibición a la milicia Nacional de discutir, deliberar ni representar sobre asuntos públicos

 El Sr. SAGASTA: La Milicia Nacional, como fuerza armada, no puede reunirse para discutir ni representar sobre asuntos políticos. ¿Es ésta, Sr. Diputados la cuestión que ha producido tres dictámenes diversos? ¿Es esta la cuestión que llama tan profundamente vuestra atención? ¿Es esta la cuestión que tan agitados tiene vuestros ánimos? No, no puede ser esta la cuestión. Que la milicia Nacional, como fuerza armada, no puede deliberar, discutir ni representar sobre asuntos políticos, es una verdad inconcusa que nadie puede poner en duda. ¿Pues cuál es la cuestión que produce tanta impaciencia? La cuestión de oportunidad. ¿Es oportuno el proyecto de ley que ha producido el dictamen que estamos discutiendo? ¿Es conveniente ese proyecto, es necesario? He aquí la cuestión; y que es grave y difícil, diciéndolo bien alto el aspecto de esta Asamblea en este momento, y la impaciencia con que todos estamos es-[3.559] perando el resultado, y las gentes que, aglomeradas alrededor de este edificio parece que quieren oír a través de las paredes las palabras, las ideas y los pensamientos que aquí se emiten.

Señores, el proyecto origen del dictamen que nos ocupa ha sido traído aquí por los sucesos ocurridos en la noche del 27 de Marzo. A consecuencia de una pregunta hecha por el Sr. Méndez Vigo al Gobierno al día siguiente, se dieron explicaciones sobre aquellos acontecimientos, explicaciones que se han confirmado después, y explicaciones que vosotros oísteis con satisfacción, y yo con gusto, aunque no con extrañeza, porque nunca pude figurarme que la mayoría de la Milicia Nacional hiciese la manifestación que se decía; porque eso solo corresponde a las Cortes Constituyentes porque eso sólo puede hacerlo el pueblo por medio de sus legítimos representantes, y cualquiera que sea la corporación que con el carácter de fuerza armada, por poderosa, por elevada, por fuerte que se considere, cualquiera que sea la corporación, repito, que con el carácter de fuerza armada haga semejantes manifestaciones, falta a su deber, falta a la ley, se hace revolucionaria.

Y si los actos revolucionarios son legítimos, necesarios y santos cuando se trata de un Gobierno que conculca todos los principios y huella las leyes, esos actos no pueden, no deben tener lugar en el momento precisamente de estar reunidos los representantes del pueblo, producto de unas elecciones tan notablemente libres como no se han visto nunca aquí ni fuera de aquí. Nunca pude yo figurarme que la Milicia hiciera semejante cosa, cuando está bien persuadida, lo mismo la de Madrid que la demás del Reino, que su principal misión es acatar y hacer que se acaben las leyes que el país se da a sí mismo, y ser fiel guardadora de las garantías del pueblo.

Y mal cumpliría seguramente su cometido si comenzara por sobreponerse a la Representación nacional, por arrebatar a sus representantes el más grande, el mas sagrado de sus atributos. No, no podía esperarse eso de la sensatez, de la cordura, del patriotismo nunca desmentido por todos títulos de la benemérita Milicia Nacional de Madrid. En el pueblo del 2 de mayo, en el pueblo del año 12, en el pueblo del año 37, en el pueblo del año 54, en el pueblo, en fin, que tantas páginas de oro tiene escritas en la gloriosa historia de nuestra Nación, no cabía, no, semejante proceder. Pero si desgraciadamente esas manifestaciones se hubieran hecho por la Milicia Nacional de Madrid, si hubiesen nacido de toda la Milicia Nacional del Reino, yo las rechazaría con indignación, yo protestaría contra ellas con todas mis fuerzas. Representantes del pueblo, ¿quién se atreve dentro de la ley a sobreponer se a vosotros? ¿Quién dentro de la ley se atreve a abrogarse derechos que a vosotros y solo a vosotros corresponden? Nadie, absolutamente nadie; yo no lo permitiría, yo no lo permitiré mientras tenga aliento para protestar, mientras conserve fuerzas para combatir y luchar.¿Y sabéis por qué yo no lo permitiría, por qué no lo permitiré? Porque amo la libertad sobre todas las cosas; porque quiero legar a mis hijos y a los vuestros, a las generaciones venideras, el sacrosanto derecho del pensamiento, de la inteligencia, derecho de que no disfruta el hombre mientras vive en un país sin libertad; porque, señores, yo no quiero que la libertad venga a convertirse en el más duro despotismo; yo no quiero que el gobierno representativo sea reemplazad o por la más horrible de las dictaduras, no ya por la dictadura de la espada, sino por la dictadura de 500.000 bayonetas, porque no quiero, en fin, que esa libertad ande por las puntas de las bayonetas, expuesta a cada momento a quedar en ellas atravesada.

Señores, la Milicia Nacional como fuerza armada,¿puede deliberar, puede discutir, puede representar sobre asuntos políticos? No; no lo queréis vosotros, no lo podéis querer; no lo quiere tampoco el país, no lo quiere la misma Milicia Nacional; la Milicia Nacional lo quiere menos que nadie. ¿Cómo lo ha de querer, si sabe que con eso mataría la libertad, si sabe que vive con la libertad, por la libertad, para la libertad; que la libertad es a la Milicia lo que el agua a los peces, lo que el aire a las aves? Grande ofensa hace a la Milicia quien suponga semejante cosa.

Señores, si hay algunos Ministros de la Corona que no merecen la confianza del país; si hay algunos Ministros que no tienen la suerte de gozar de la popularidad que se necesita en ese puesto, dentro de la Constitución, dentro de las prácticas parlamentarias, dentro del sistema representativo tenéis un medio hábil de evitar que esas personas continúen por mas tiempo ocupando ese banco. Pues bien, señores; si esto es así; si conocéis que no merecen toda la confianza que es necesaria en ese puesto, que les falta la popularidad, vosotros podéis hacer que caigan en el momento: proponed un voto de censura; si vuestra impaciencia es tanta, yo interrumpiré mi discurso para que lo propongáis, yo lo firmaré, yo lo apoyaré ahora mismo, yo lo votaré; pero que no venga nadie a quitaros el derecho que a vosotros y solo a vosotros pertenece.

Pero no hay necesidad de apelar a ese extremo, que extremo es, por mas que sea constitucional; apelad al patriotismo, a la abnegación de esos Ministros, que patriotismo y abnegación tienen, nadie lo puede negar; decidles: estáis ocupando ese puesto dignamente, sí, pero con poca fortuna; no tenéis las simpatías ni la popularidad necesarias para continuar en ese banco, en el cual no basta ser buenos, es necesario parecerlo que el país esté convencido de lo que sois; y no lo dudéis, señores, ellos abandonarán ese banco, que día vendrá, y quizá no esté muy lejos, en que vuelvan a ocuparlo, si no más dignamente que ahora, pues dignamente le ocupan, a lo menos con más suerte, con más fortuna, con más popularidad.

Tampoco ocurrirá el conflicto de que habéis hecho mención si apeláis al patriotismo y a la abnegación del Duque de la Victoria y le decís: Señor Presidente del Consejo, todas las épocas y todos los países producen ciertos hombres que por sus circunstancias especiales, por sus virtudes, por sus merecimientos, por su fortuna, en fin, llegan a adquirir una posición brillante, desde la cual dominan a los demás de la Nación. Esas personas no han recibido del país tales atributos para su bien particular, para satisfacción de sus pasiones más o menos nobles; el país se las ha dado, porque las necesita para crear esas figuras colosales en cuyas robustas manos deposita a. veces las riendas de la gobernación del Estado.

Pues bien; esas figuras colosales no pueden despojarse de sus atributos porque no les pertenecen; son atributos de los pueblos; y al despojarse de ellos despojan a la Nación de sus derechos. Alrededor de esas personas se agrupan otras que indican también los países para ayudarlas a llevas esa carga; esas otras personas no son más que auxiliares de las grandes figuras, y éstas no pueden igualarse a aquellas, porque [3.560]sería tanto como destruir la obra que el país ha venido por largo tiempo levantando; por eso la vida política de estas personas privilegiadas no puede hacerse depender de la vida política de las que las ayudan a llevar la pesada carga de la gobernación del país; por eso su permanencia en el Gobierno no puede hacerse solidaria con la permanencia de los demás; por el contrario, esas grandes figuras tienen un centro fijo alrededor del cual se mueven y giran las demás que sucesivamente va indicando el país.

De otro modo, cada cambio de personas traería un cambio radical de sistema, un cambio radical de partido, cosa que no debe suceder, que no sucede en efecto hasta que no se gasten esas colosales figuras, que también se gastan, porque al fin y al cabo todo se gasta en el mundo. En este caso, pues, se encuentra el Duque de la Victoria; y si esto lo decís, el Duque de la Victoria reformará el Ministerio completándolo con personas no más dignas que las que ocupan ahora ese banco, pero sí que merezcan la confianza pública. Y no lo dudéis, Sres. Diputados, el Gobierno así compuesto, formado así de personas que todas, absolutamente todas tengan las simpatías del país, marchará adelante, progresará. ¿Cómo no ha de progresar, si progresa la humanidad, si progresan las ciencias, la razón, la inteligencia, las artes, las mejoras materiales? ¿Cómo puede retrocedes un Gobierno progresista? Sí, el Gobierno marchará; pero es preciso para marchar que prepare su viaje; y para eso, para asegurar ese punto de partida, para establecer los sólidos cimientos en que se ha de apoyar el edificio de nuestra regeneración política y social, es preciso que cada cual se coloque en su puesto, que trace su línea y que marchen todos sin interrumpirse unos a otros.

Así, señores, las Cortes Constituyentes, a deliberar, a discutir, a representar; el Gobierno, a gobernar, a ejecutar con arreglo a estas deliberaciones, discusiones y representaciones; la Milicia Nacional, a defender esos actos del Gobierno con arreglo a las leyes que el país se da. Ese es el objeto de estas instituciones; y si cada una ocupa su puesto, todas juntas marcharán, no lo dudéis, por un camino llano, sin obstáculos, y llegarán pronto a la cúpula del edificio de nuestra regeneración.

Señores, si esto lo conocen todos, si esto no puede menos de conocerse, ¿por qué ya desde ahora no se ha de colocar cada uno en su verdadero terreno? ¿Por qué no nos hemos de entender? Hagámoslo cuanto antes, y así podremos progresar hasta donde sea posible, hasta donde la civilización, la razón y la inteligencia nos conduzcan.

El Ministerio será, no lo dudéis, reformado; pero conste que ese Ministerio se ha reformado porque así lo tienen por conveniente las Cortes Constituyentes, pero de ninguna manera por la fuerza exterior; no, al contrario, en ese concepto todos debemos defenderle en todos los terrenos, absolutamente en todos; desde el terreno del legislador en estos bancos, hasta el terreno del soldado en los campos de batalla. Pero se dice que el dictamen es inoportuno, que la Milicia no ha hecho nada, que no había necesidad de apresurar una disposición que a su tiempo hubiera venido. Nadie ignora que la Milicia no ha hecho nada; es más, nadie ignora que en esa noche se ha portado como se porta siempre, puesto qua evitó un conflicto terrible. En este sentido creen algunos Sres. Diputados ver en el proyecto que se discute un voto de censura a la Milicia. ¿Y quién ha podido creer que la Milicia Nacional haya merecido nunca censura? Al contrario, todo el mundo sabe que ahora y siempre ha merecido bien de la Patria: esto es cierto; pero no es menos cierto que aquella noche se interpretó mal, quizá maliciosamente, la pacífica reunión de algunos comandantes, y que a consecuencia de esto se formaron grupos, algunos compuestos de personas armadas, según aquí se ha dicho, y hasta se concibió el temerario intento de sacar las bandas de tambores para tocar generala.

No es fácil que pueda yo decir todo lo que hubiera podido ocurrir si ese caso hubiera llegado; fácil es que lo calculen los Sres. Diputados sin más que tener en cuenta lo que hubieran podido hacer los enemigos de la situación envueltos en la oscuridad de la noche. Pues bien; si en la letra de ese proyecto no hay voto alguno de censura para la Milicia, ¿por qué hemos de suponer que lo hay en su espíritu? Lo lógico, lo natural es suponer que el objeto del proyecto es poner a la Milicia a cubierto de las asechanzas que continuamente le están tendiendo sus enemigos; es evitar que sus mujeres e hijos derramen lágrimas por haber sido víctimas de sus encubiertos enemigos. Tan ilógico es creer que ese proyecto envuelve una censura, como inconveniente es manifestarlo.

Que hay ofensa. ¿Y quién hace esa ofensa? ¿Quién firma ese proyecto de ley? El que cree que la Milicia Nacional es el más fuerte baluarte contra los enemigos de la libertad; el primer individuo de la Milicia Nacional de España, D. Baldomero Espartero. ¿Se puede creer que D. Baldomero Espartero pueda inferir una ofensa a la Milicia Nacional? No parece sino que esas palabras se han escapado de labios de los enemigos de esa institución.

Milicianos nacionales, no; ese proyecto no es un voto de censura, no es una ofensa hecha a vosotros; al contrario, se quiere reservaros de las asechanzas, de las maquinaciones que continuamente hacen pesar sobre vosotros. Los que otra cosa dicen, o están alucinados, o son vuestros enemigos; oídlos con prevención; oídlos, sí, pero con prevención, porque tienen por objeto separaros de las Cortes Constituyentes, divorciaros del país, introducir la división, dividir para vencer. Unámonos, pues; no nos dejemos vencer, y juntos y compactos marchemos hasta donde sea posible, hasta donde lo permitan el orden público, la tranquilidad del país, la confianza de la sociedad. He dicho.



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